miércoles, 28 de marzo de 2007

DEL PÁNICO A LA ATRACCIÓN
Tuvieron que pasar dos años para que el miedo y rechazo que me producían las fallas y, en concreto, los ninots se tornaran en una apasionante atracción. De nuevo la fusión de fallas y música iba a tener lugar pero, esta vez, de una manera totalmente distinta ya que la situación vivida en aquellas fallas del 66 me marcaría para el resto de mi vida. En el cambio de mi actitud hacia los monumentos falleros y hacia la música tuvo que ver mucho la influencia de dos de mis primos: Mi primo Miguel venía del pueblo, era una persona tosca pero cariñosa, con un olor que recuerdo penetrante; estaba haciendo la mili y por eso, a veces, se quedaba a dormir en mi casa. Era una persona que se veía poco resuelta en ciudad así que, cuando estaba en mi casa me sacaba a pasear para ver fallas pero sólo por el barrio, que era la zona que más controlaba y así, agarrado de su manota, hacíamos recorridos muy entretenidos y, de repente, en una falla que para mí estaba muy alejada de casa ocurrió el gran cuelgue. Lo recuerdo como si fuera ahora, la luz de los focos que iluminaban la falla, lo que era el remate y, por supuesto, la banda sonora. La falla era la de la plaza de San Miguel, hoy San Miguel-Plaza Vicente Iborra, conocidos como “Els antics”, una de las fallas que más ha cambiado de ubicación que yo haya visto, estaba realizada por M. Castellano y el remate era un busto clásico que llevaba un casco parecido a los que salían en las pelis de romanos, lo que más recuerdo es la luz de los focos iluminando la cara y, mientras miraba extasiado, notaba que el miedo que antes sentía iba cambiando y aún me sentí mejor cuando, por los altavoces de trompetilla de la época, sonaba una música distinta que los mayores llamaban ye-yé.
A partir de entonces las fallas entraron en mí, directamente en sangre y me convertí en un proyecto de “frikifalleroinfantil”. Lo leía todo, lo veía todo y lo copiaba todo. Todo lo que tuviera que ver con fallas. Aún tarde unos años en engancharme totalmente a la música pop y ahí influyó mucho mi otro primo, Narciso. Era lo opuesto a mi primo Miguel, sofisticado, moderno, olía a colonia Tabac que era el perfume de moda, rebelde, se resistía a trabajar en el negocio familiar y lo que a mi más me sedujo era su afición a la música ye-yé. Todos los sábados por la tarde, al terminar el trabajo, se encerraba en el baño, conectaba un picú donde ponía todos los singles que se compraba, en unas tiendas que se llamaban AMIGO DISCO, y que yo escuchaba a través de la puerta. En el tocadiscos de mi primo fue donde oí, por primera vez, canciones que me han marcado para siempre: “Hace frío ya”, de una cantante que se llamaba Nada, Matt Monroe, un cantante melódico inglés que cantaba en un castellano muy raro aquello de “Alguien cantou” y, como no, a los Brincos que, por fin, descubrí que su canción “Mejor” había sido la banda sonora de mi cuelgue fallero en la plaza de San Miguel. Por malentendidos familiares hace mucho tiempo que no veo a mi primo Narciso y mi primo Miguel falleció en un accidente de tráfico, creo que no sabrán nunca lo que llegaron a influir en mi vida pero estéis donde estéis ¡gracias primos!

domingo, 25 de marzo de 2007

LA PRIMERA VEZ

En las lejanas fallas del año 1964, yo era un niño de 5 años con un gran temor por los ninots, los veía tan grandes y con esas expresiones tan exageradas que producían en mí un sentimiento de rechazo, al igual que ciertas músicas, como la sintonía del programa radiofónico “Ustedes son formidables” (La sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak) y “les albaes” que se cantaban en la madrugada de la fiesta de San Vicente Ferrer.

Ese mismo año, viendo la falla grande de Pie de le Cruz de Vicente Tortosa y sonando, a la vez, una música desconocida, sentí verdadero pavor. El remate de la falla me pareció terrorífico, estaba compuesto por un orondo médico provisto de las más variadas herramientas: martillo, serrucho, tenazas, etc y, en una de sus manos, llevaba un niño recién nacido que a mi me pareció que iba a “liquidar” de un momento a otro y la banda de música interpretaba una melodía de lo más siniestra: ta-ti-to-ta-ti-to-te-ro (más tarde lo supe, era Paquito el chocolatero).

Mis adultos acompañantes me indicaron que me acercara y comprobara que era un ninot y que, en ningún momento, iba a cobrar vida y, así vencer mi miedo; sin embargo, el pánico me tenía paralizado, pensaba que iba a dejar el bebé y cogerme y yo, lo único que quería, era salir corriendo de allí. Visto ahora, se me antoja una escena de lo más exagerada pero yo guardo un sentimiento de mucho, mucho miedo; de hecho, recuerdo que viví unas fiestas muy intranquilas, para colmo, en la falla de mi calle, el remate era una bruja que me provocaba auténtica angustia el mirarla, tanto es así que era incapaz de subir o bajar la escalera de mi casa solo, por el miedo a que se me apareciera la dichosa bruja de los Roda y me metiera en el caldero sobre el que estaba montada.

Por fin llegó el día de la cremá y me propusieron ir a ver la desaparición del supuesto médico asesino de niños de Pie de la Cruz para que comprobara que, de verdad, era de cartón pero, estaba tan “cagado” que, preferí quedarme en casa pensando que, si era verdad lo que me contaban los adultos, por fin, mis dos pesadillas, desaparecerían aquella noche...