domingo, 29 de abril de 2007

QUEMANDO FALLAS, EMPINANDO CAHIRULOS

El día después de la cremá siempre fue difícil de llevar, recuerdo que me pasaba horas desde el portal observando la huella negra que había dejado la combustión de la falla la noche anterior y me sumía en un desesperado desconsuelo pensar que faltaba todo un año para que las fallas volvieran a ocupar las calles. Mi gran depresión se veía mitigada si las vacaciones de pascua estaban próximas. En realidad, en mi infancia, cualquier periodo festero-vacacional era muy esperado, aunque me gustaba ir al colegio, las fiestas eran las fiestas por eso, después de vivir tan intensamente las fallas, nada mejor que prepararse para la llegada de la pascua aunque, primero, había que superar la Semana Santa que, por aquel entonces, era más bien un rollo, durante la que no se podía hacer casi nada: no se podía jugar, escuchar música, solo clásica o religiosa, la tele tenía programación especial e ir al cine significaba ir a ver una de tema bíblico. En un barrio como el del Carmen cualquier fiesta se vivía de manera intensa, era difícil escapar a la celebración de alguna de ellas aunque la que más me gustaba era, por supuesto, las fallas. La pascua y la fiesta de San Vicente también tenían para mí un gran interés, sobre todo, por los cachirulos, las monas y los altares. A pesar de que no me guste volar, siempre me han fascinado las cosas que lo hacen: aviones, helicópteros, zeppelines y por supuesto los cometas, milochas y, en Valencia, los cachirulos. No se si tuvo algo que ver el hecho de que, en mi calle, viviera y trabajara el que, ya entonces, llamaban uno de los últimos cachiruleros que quedaban en la ciudad. Me resultaba curioso que alguien se pasara todo el día haciendo cachirulos y, encima, eso fuera un trabajo para mí de lo más atractivo, me pasaba horas mirando de reojo como los construían.Al principio, como el resto del barrio, allí me compraban uno todos los años pero nunca conseguía “empinarlo”, nadie de mi entorno controlaba los secretos para que el cachirulo se elevara y siempre acababa roto, casi se convirtió en un trauma; probé todos los modelos y formas y al final decidí emular a al cachirulero y construir mi artefacto volador, tuve varios intentos frustrados pero al final, en la pascua del 73, lo conseguí.Una de las cosas que más me gustaba de hacer cachirulos era su decoración, buscaba algún personaje de la iconografía popular, casi siempre Disney, hasta que, contaminado por el espíritu fallero, se me ocurrió decorar el cachirulo con la falla de la Plaza del Caudillo, la Estatua de la Libertad de Soriano y Luna, una de las que recuerdo con más agrado. No fué intencionado pero, creo que no pude elegir mejor motivo, ya que, con ese cachirulo iba a conseguir librarme de una de mis frustraciones infantiles: empinar el cachirulo!

Alguien me había comentado que el secreto, para que el cachirulo se elevara sin dificultad, radicaba en la longitud de los tirantes, el tamaño de la cola y, por supuesto, la complicidad del aire. Cuando acabé de construirlo, estaba tan impaciente, que no podía esperar a bajar al río y se me ocurrió una idea sensacional: ¡¡hacerlo en la terrado de mi casa!! sin pensar en los peligros que podría conllevar, así que subí, observé que el aire estaba de mi lado, desenrollé el hilo y, en pocos minutos, comprobé que mi creación subía y subía hasta que se situó en lo alto, algo que yo había construido era capaz de volar. Veía, allá en lo alto, la imagen de la Estatua de la Libertad que volaba y no me lo podía creer!! No recuerdo cuanto tiempo estuve realizando mi “proeza aeronáutica” pero lo que si recuerdo es que me puse tan contento que cuando acabé, bajé para compartirlo con mi familia y cual fue mi sorpresa cuando, una vez relatada la experiencia, me gané una sonada bronca por parte de mi madre que me hizo recapacitar sobre los posibles peligros de que mi cachirulo se hubiera enganchado en un cable de la luz, una antena o cualquier objeto típico de las terrazas de entonces y me accidentara. A pesar del rapapolvo, el subidón me duró un tiempo y, desde entonces, empinar el cachirulo se convirtió en un rito difícil de olvidar. Construí cachirulos para mis amigos, mis sobrinos y aunque dejé de hacerlos, siempre echo de menos construir o comprar uno y empinarlo.

La celebración de la Pascua y los motivos que la definen, como los cachirulos, las monas, saltar a la cuerda.... son objetos, actualmente, en desuso pero muy utilizados en las fallas de mi infancia como símbolos escatológicos, una mona de pascua o un panquemado siempre, en determinadas escenas, ha sido sinónimo de caca, pechos grandes... La reproducción de una mona de pascua, en una falla, es un motivo que debería considerarse de la misma importancia iconográfica que un donut, un pastel de manzana usado por cualquier artista pop americano en sus obras, por lo que yo he utilizado este recurso, a veces, en mis fallas. En mis orígenes está el paso de mis vacaciones en el horno de mis tíos así como mis primeras maquetas de fallas de plastilina expuestas en una pastelería.

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